Esta, seguramente, será la frase con la que se recordará al rey emérito y con la que pasará a la Historia. Sin duda será también una frase digna del epitafio de quien ha hecho de la impunidad su bandera y de la desfachatez su blasón. Digno final para quien asumió la jefatura del Estado de la mano ensangrentada de un dictador, colofón insuperable de un hombre al que los medios alejaron de la realidad de su país y a su país de la realidad de sus tejemanejes corruptos y fraudulentos. A él, esos medios y su camarilla de amigos le hicieron creer que era el padre de nuestra democracia, el salvador patrio de un país maltrecho tras cuarenta años de dictadura. Nos lo vendieron como el héroe que frustró el golpe de Estado de Tejero y compañía, como ese rey bonachón y campechano que mantuvo nuestra democracia a salvo de todo y de todos. La impunidad y la prescripción han impedido que la Justicia pueda juzgarle; la ley de secretos oficiales que hasta dentro de no se sabe cuántos años podamos conocer lo que realmente pasó la noche del 23-F.
«¿Explicaciones de qué? Ja, ja, ja»
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